Aunque el Sur y el Este de China concentran gran parte de los pueblos y aldeas históricas más famosas y visitadas del país, como Dali, Lijiang, Fenghuang o Wuzhen, el Norte cuenta una verdadera joya de la conservación tan llena de interés como cualquiera de sus competidoras.
Me refiero a Pingyao (平遥), el famoso condado situado a 80 kilómetros al sur de Taiyuan, capital de Shanxi, a la que se puede llegar en menos de 4 horas de tren (de alta velocidad) desde Pekín.
Su casco antiguo, reconocido como patrimonio de la humanidad por la UNESCO, cuenta con la friolera de 2700 años de historia, y todavía conserva buena parte de los trazados urbanísticos realizados durante las dinastías Ming y Qing, periodo, este último, en el que la ciudad se convirtió en el centro financiero del país.
No en vano, durante el reinado de los Qing, Pingyao llegó a contar con más de la mitad de las instituciones financieras del imperio, y además albergó al conocido como el primer banco moderno de la historia China, el célebre “Rishengchang”(日升昌), que fue fundado en el año 1782 por una adinerada familia y no tardó en convertirse en la casa de cambio y préstamos más importante del país, con sucursales incluso en Japón, Singapur, y Rusia.
Interior de viviendas propiedad de grandes banqueros (Arriba y abajo).
Sin embargo, como suele ocurrir allá donde la riqueza se concentra de forma desproporcionada, las familias y hombres de negocios más acomodados no tardaron en requerir los servicios de empresas de seguridad capaces de transportar personas, bienes y metales preciados sin que cayesen en manos de los temidos bandoleros.
Hablamos de los “biaoju” (镖局), establecimientos que ofrecían servicios de escolta con personal armado y entrenado en las artes marciales. Ahora bien, ¿cómo asegurarse de que la casa de escoltas no recurriese a tretas como la de fingir haber sido víctima de un asalto para quedarse con el botín? La respuesta se encuentra en los “seguros” ofrecidos por la propia empresa, a través de los cuales se comprometía a devolver el valor de los bienes perdidos.
Por otra parte, dada la cantidad de oro, plata y dinero que se movía en la ciudad, las disputas entre los diversos agentes involucrados estaban al orden del día, aunque los afectados contaban con la posibilidad de acudir a la oficina del gobierno condal y solicitar la intervención del magistrado enviado por el emperador, quien cumplía las funciones de alcalde, oficial y juez del condado.
De hecho, a día de hoy, la sede del magistrado sigue albergando una función teatral que reproduce un juicio como los de la época, que solían celebrarse en público y arrancaban con sonoros golpes de tambor que retumbaban en toda la ciudad.
No obstante, hablar de instituciones jurídicas implica, casi inevitablemente, referirse a una serie de fundamentos éticos y morales sobre los que se sustenta el orden social, y que en el caso de Pingyao encuentran una de sus sedes principales en el templo dedicado al dios protector de la ciudad, al de la cocina y, cómo no, al de la riqueza.
Además, dicho templo es famoso por dar cobijo a llamativas representaciones del más allá, donde los bienaventurados disfrutan del cielo junto a sus familiares, y los no tan rectos son castigados a padecer crueles torturas en el infierno.
De todos modos, aunque la ciudad cuenta con otro templo budista, uno confuciano (con toques de museo/parque), una iglesia católica (apreciable en las dos fotos superiores), y otra protestante, Pingyao es una ciudad que continuamente nos invita a rendirnos a los placeres mundanos.
Comenzando por su calle principal, denominada Ming-Qing en honor a las dos dinastías, su atmósfera no destaca precisamente por la austeridad o el recogimiento espiritual, sino por la gran cantidad de tiendas, pequeños puestos, y actividad comercial que llenan las calles de jolgorio exótico-consumista.
A quien llegue con el interés de gastar poco y deleitar la vista, algo que, de momento, sigue siendo gratis, Pingyao no le dejará insatisfecho. Y es que el pintoresco pueblo ofrece mucho más que el bullicio y ajetreo de las dos calles principales, las cuales eclipsan toda una maraña de calles y callejuelas apenas transitadas, donde uno puede dejar volar la imaginación o simplemente fundirse en el día a día de los cerca de 50.000 ciudadanos que residen en el interior de las murallas.
En lo que al paladar se refiere, tampoco hay riesgo de quedarse con hambre, ya que el pueblo cuenta con infinidad de restaurantes y puestos de precio más que asequible en los que puede degustarse una gran variedad de platos de la cocina china, incluyendo las especialidades locales, como la ternera al escabeche, o diversos platos elaborados con la pasta típica de la provincia de Shanxi.
Para los que necesiten un extra de confort después de caminar todo el día, lo ideal es poner los pies a remojo en un balde con agua caliente y hierbas medicinales, seguido de un buen masaje ofrecido por profesionales.
Y si alguien tiene ganas de juerga, las calles más céntricas cuentan con multitud de bares y hasta existe una zona de clubs y discotecas donde refrescar el gaznate y meterle ritmo al esqueleto sin miedo a ser condenados por el dios protector de la ciudad.
En resumen, un lugar con historia e interés de sobra como para justificar una visita y quedarse con buen sabor de boca y muchas de ganas de volver. Yo, por lo menos, lo haría encantado, y no sé si eso lo puedo decir del resto de pueblos históricos que he visitado en China.



La alternativa a las 4 horas del tren de alta velocidad es el tren nocturno de la muerte infernal de 13 horas entre huesos de pollo a medio roer y fumadores enfermizos. Y sí, Javi, sabes perfectamente quien soy.
O sea que aquel famoso viaje infernal que me contaste era el de Pingyao, pues sí que hay diferencia, hehehe. Pero, ¿y la pedazo de anécdota que ganaste para contar a tus coleguis? Me troncho sólo de imaginaros a Iñigo y retorciéndoos en el asiento duro por unos minutos de sueño.
Muchas gracias. Buenas fotos.
Saludos