Me encanta el olor de los petardos por la mañana…

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Ayer fue un día de descanso tras la paliza del viaje hasta Dangyang. Durante todo el día traté de reposar y no salir demasiado, porque, aunque se trata de una zona rural, estamos a unos niveles de contaminación del aire que harían saltar todas las alarmas de seguridad en Europa, así que decidí no tentar a la suerte y quedarme en casita con mi novia y su madre.

Además me había despertado con un poco de resaca por los brindis de la bienvenida, y como tenía la garganta algo resentida, dejé que me cuidaran como a un niño mimado durante todo el día.

Total, que después de una jornada de lo más agotadora, devorando todo tipo de delicias locales y bebiendo licor de arroz con la madre de mi novia, para cuando llegó la hora de dormir, estaba tan hecho polvo y mareado que incluso pensé que me estaba atacando la gripe.

Y aunque los hogares en China Central no están tan bien preparados para el frío como en el noreste de China, el fresquete de la habitación invitaba a acurrucarse entre las mantas e hibernar cual oso amoroso.

Pero a eso de la 1:30 de la mañana, estando yo totalmente roque y soñando con el Equipo A, de pronto nos sobresaltó una tremenda ráfaga de explosiones que parecían provenir del piso de abajo. A punto de sufrir un ataque al corazón, y sin saber qué mierdas pasaba, me eché las manos a la cabeza y salté de la cama en calzoncillos para proceder a emitir una serie de berridos semi-sonámbulos apenas inteligibles.

De repente, me acordé del incendio provocado por mi futura suegra pocas semanas atrás en su tienda de zapatos, y mi mente comenzó a elucubrar acerca de la posibilidad de que su cocina de gas se hubiera convertido en un hervidero de napalm tipo Apocalypse Now.

Entonces, mi novia, que ni apenas se había dignado a asomarse de entre las sábanas, exclamó con indiferencia: “no pasa nada, son sólo unos petardos…”

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¿Sólo unos petardos? ¡Madre del amor hermoso! Dudo mucho que semejantes explosiones fueran consideradas como simples fuegos de artificio en mi tierra natal. Es más, juraría que si la Guardia Civil me pillara con todos esos cartuchos en Bera, Lesaka, Leitza, o cualquier pueblo del norte de Navarra, como mínimo me pasaba una noche en el calabozo, si es que no me aplicaban directamente la ley anti-terrorista.

Sin embargo, China es un país que se decantó hace ya años por el tipo de control más sutil y eficiente que ofrecen las nuevas tecnologías e Internet, de modo que en la calle a menudo reina un “sindiós” que, por ejemplo, permite que se liberen toneladas de pólvora por barriada sin que la policía mueva un dedo.

Pasado el susto, y con las pulsaciones ya en niveles saludables, volví a echarme a la cama y a dormir como un tronco hasta cerca de las nueve de la mañana, momento en el que los petardos y cohetes volvieron a tronar por todo el pueblo, obstaculizando cualquier tipo de comunicación no basada en gritos o mímica.

No obstante, al ser considerado como el macho alfa de la familia, mi función no se limitaba simplemente a soportar semejante montón de decibelios en mis miserables tímpanos, sino que además tenía que formar parte activamente del ritual, encendiendo mi propia traca de petardos en la puerta de la casa.

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Para vuestra información, os diré que esta tradición, ya en cierto declive debido al creciente control del gobierno, proviene de la creencia de que los petardos pueden servir como señal acústica para orientar a los espíritus de los ancestros en su retorno al hogar, donde se les ofrece participar del banquete de año nuevo de forma simbólica, aunque en Dangyang ya casi se haya olvidado esta costumbre.

En realidad, ni mi novia, ni tampoco su madre conocían el origen o el por qué de la tradición de encender los petardos en estas fechas, así que os podéis imaginar lo paradójico que resultaría para sus ancestros regresar a su hogar y encontrarse con un “demonio blanco” acogiéndolos religiosamente en la puerta.

Aun así, el simple hecho de prestarme a encender la mecha y salir corriendo como un gallina a resultado una hazaña de lo más reconfortante, porque, a fin de cuentas, al cumplir con la función tradicional del chicarrón, he quedado como un héroe delante de mi novia y su madre, y a la hora de comer me han ofrecido todavía más comida y vino.

Desde la sobremesa de la comida hasta el anochecer, el ambiente se mantendrá más o menos tranquilo, porque todo el mundo se prepara para recibir el año del caballo en condiciones, pero a las 12 de la noche volverá a declararse la guerra total en el pueblo, y las calles volverán a recibir un baño con el rojo intenso del envoltorio de los petardos.

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Espero que entre la contaminación ya típica del aire y los residuos que dejan los explosivos no nos entre un mal de esos respiratorios y podamos celebrar el año nuevo en paz, armonía.

En cualquier caso, Jabiertzo os desea a todos los lectores e interesados en el mundo chino un año nuevo del caballo con lo mejor de lo mejor en materia de salud, dinero y amor, tres valores fundamentales tanto en Dangyang como en mi querida Bera.

新年快乐!!

2 comentarios en “Me encanta el olor de los petardos por la mañana…”

  1. Bueno, yo soy valenciano, así que lo llevaría mejor. 😀

    Esta tontería es para decirte que tienes un magnífico blog y te animo a seguir escribiéndolo. Un saludo. 🙂

    1. Muchas gracias, Yuri.

      No creas que no conozco tu web, he solido leer tus geniales artículos en más de una ocasión. Sin ir más lejos, hace un par de días leí el del superbólido de Chelyábinsk, a través de Menéame.

      Aunque soy un cero a la izquierda en física, desde pequeño siempre me han fascinado muchos de los temas que tratas.

      Si algún día se te ocurre escribir algo sobre el programa espacial chino, y necesitas que te eche una mano con las fuentes en mandarín, no dudes en darme un toque.

      Una vez más, gracias por dejar tu comentario, y saludos desde Changchun.

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