Es curioso. Aunque he dedicado una tesis doctoral, infinidad de horas de estudio y cantidad de artículos de este blog a retratar y analizar la sociedad china, todavía me siento muy inseguro a la hora de predecir su porvenir. Esta incapacidad tendría dos explicaciones principales no excluyentes: (1) que soy un pésimo científico social y/o (2) que todavía nos queda un enorme trabajo para comprender la sociedad china a fondo. Si la primera causa es también la única, nos podemos ir todos a dormir tranquilos, aunque yo me quedaría castigado con un tocho extra de sociología en mandarín. Pero me temo que si reuniésemos todas las aportaciones que esta santa disciplina ha dedicado al gigante asiático, nos daríamos cuenta de que no toda la culpa es mía, porque su peso no es tan grande como cabría pensar.
De hecho, la sociología china apenas ha echado a andar y todavía hay cantidad de investigadores que se embarcan en esta aventura metiendo los morros en el marco disciplinario de la sinología. Yo también lo hice y no me arrepiento de ello, aunque creo que la sociología y la antropología china acabarán por usurpar el objeto de investigación de esta disciplina. Al fin y al cabo, tanto la sinología como muchos de los cursos incluidos en las carreras de estudios asiáticos constituyen una especie de parche para unas ciencias sociales que no acaba de ver más allá de su “occidentalcentrismo”.
Recuerdo que cuando cursaba el primer curso de la carrera de sociología en Pamplona usábamos el manual Sociología, de Anthony Giddens, uno de los ladrillazos más fabulosos que he leído nunca. Pues bien, en las ediciones que utilizábamos allá por el año 2003, cada tema venía ilustrado con experiencias y fenómenos de diversos países, aunque el mayor protagonismo se lo llevaban los países más avanzados en los procesos de modernización.
Es cierto que los países en desarrollo han acaparado la atención de cantidad de sociólogos, pero esto debería resultar de lo más natural si tenemos en cuenta que, muy probablemente, el tema más importante de la sociología es la modernización. Sin embargo, resulta obvio que no se presta la misma atención a todos los países en desarrollo y a nadie le extraña que, por ejemplo, en España se preste especial atención a los procesos de hispanoamérica. Dicho de otro modo, es cierto que nos interesa ver cómo es eso de modernizarse, industrializarse, desarrollarse o democratizarse, pero normalmente preferimos hacerlo en los lugares que mejor entendemos, y no en aquellos con un mayor impacto global.
Por supuesto, entiendo que el sociólogo español medio se incline a estudiar el desarrollo en Sudamérica, igual que el Francés se puede animar con el norte de África. No tener que aprender el idioma local supone un enorme ahorro de esfuerzo y tiempo, y esta facilidad suele ir acompañada de numerosas similitudes culturales y sociales causadas por los mismos procesos colonizadores que extendieron el español, el francés o el inglés por todo el mundo. Mientras tanto, lanzarse a investigar la sociedad china supone compaginar la investigación con varios años de familiarización con un idioma y una cultura muy distantes.
Por si fuera poco, la sociología tiene el problema de que resulta mucho más complicado proteger su metodología de las garras de la ideología o las batallitas geopolíticas, de modo que la conclusión equivocada sobre cierto proceso de desarrollo en cierto país no aliado puede suponer la condena a la oscuridad y el olvido. Y esto es aplicable para cualquier bando. Ahora bien, da la casualidad de que China se encuentra en el bando minoritario, también conocido como el de “los malos”, rodeada de ilustres amigos como Rusia, Corea del Norte o Pakistán.
Sin embargo, por mucho que cueste aprender el mandarín y por muy minado que esté el estudio de la sociedad china, cada día estoy más seguro de que este país se merece una mayor atención dentro de los programas de formación e investigación sociológica.
En primer lugar, China no solo es el país moderno más poblado del mundo, hecho que podría bastar por sí mismo como argumento (¿o es que los ciudadanos chinos valen menos?) sino que, además, ha sido el país que durante más tiempo se ha mantenido como primera potencia económica del mundo. Es decir, si los pronósticos de crecimiento se cumplen, el dominio económico occidental supondría apenas dos siglos de hegemonía repartida entre diferentes países, frente a más de 1000 años de primacía incontestable de China (más o menos desde mediados del Siglo VI hasta casi mediados del Siglo XIX).
La única “pega” en el historial económico de China es que el capitalismo no nació en ella y se le considera un fenómeno indiscutiblemente occidental, aunque hoy en día nadie duda del enorme impacto que ha tenido la adopción de ciertos elementos de la economía de mercado por parte del gigante asiático. No obstante, esa misma pega se convierte en un punto a favor de su investigación, en la medida en que planta la siguiente pregunta sobre la mesa: si el capitalismo no nació en China, ¿no es un poco curioso que haya sido la indiscutible campeona económica en términos históricos? Y aquí no vale decir que lo era por su volumen demográfico, porque para mantener una gran población hace falta un sistema económico eficiente, y si no que se lo pregunten a tantas y tantas antiguas civilizaciones que colapsaron tras periodos de auge mucho más cortos.
Además, China es un país que podría convertirse en la primera economía del mundo siguiendo los principios del marxismo o, por lo menos, los del marxismo que entendía el socialismo y el comunismo como una etapa necesariamente posterior a la maduración de las relaciones económicas capitalistas. Es decir, oficialmente, el Estado chino está utilizando las fuerzas del capitalismo para hacer realidad el sueño de Marx, uno de los más destacados padres de la sociología. Y esto supone una muy significativa variante en la aplicación de su teoría, por mucho que los defensores del liberalismo económico se empeñen en obviar este hecho y repetir a bombo y platillo que el “milagro chino” es mérito del capitalismo a secas.
En segundo lugar, aparte de su peso demo-económico, el caso de China tiene un enorme interés en la medida en que nos presenta un país asiático que ha obtenido muy notables niveles de desarrollo económico y social manteniéndose casi totalmente fuera del dominio de las potencias occidentales y sin llegar a perder nunca la soberanía sobre la mayor parte de su territorio. Rusia podría ser otro ejemplo notable de este estilo, aunque su carácter occidental resulta mucho más difícil de negar que en el caso de China.
En tercer lugar, el modelo de desarrollo de China contradice muchas de las recetas recomendadas por el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional, e insiste en industrializar a través del Estado y dar prioridad al desarrollo económico antes de profundizar en las reformas democráticas o en la construcción de un Estado de derecho. Es decir, aunque China está, de hecho, dando pasos pequeños pero firmes hacia la construcción de un Estado de derecho, no apoya el tipo de transformaciones políticas aceleradas o las intervenciones militares de países como los Estados Unidos en nombre de la democracia.
En cuarto lugar, el modelo de desarrollo económico y social de China tiene una clara faceta secularista que incomoda a cantidad de autores europeos y americanos convencidos de que las religiones de salvación han jugado, juegan y jugarán un papel determinante en los procesos de modernización. Esta podría parecer una cuestión de menor importancia, pero forma parte de un viejo y hondo debate sobre lo que provoca el cambio social, si la cultura o la organización de los medios de producción (idealismo vs. materialismo).
Podría continuar ofreciendo argumentos, pero creo que con estos 4 basta para percatarnos de otra gran cuestión de fondo. Y es que, investigar las transformaciones de China implica cuestionar ese “occidentalcentrismo” que he mencionado antes. Además, adentrarse en este berenjenal supone poner a prueba prácticamente todas las grandes teorías sociológicas que ha producido Occidente, y esto supone un pedazo de marrón como el que no os podéis imaginar. Ahora bien, ya sabéis que China es un país que también destaca por su creciente inversión en investigación, y no me cabe duda de que en breve tendrá todo un ejército de sociólogos de renombre dedicados a criticar o simplemente refutar aquellas aportaciones occidentales que no sean capaces de explicar la realidad social de su país y sus transformaciones.
En resumen, tenemos una oportunidad de oro para acercarnos a la que, prácticamente, supone la primera horneada de investigadores sociales de China. Pero, ¿seremos capaces de dejar nuestros prejuicios a un lado y estar dispuestos a cuestionar algunas de nuestras convicciones? Es posible que la respuesta a esta pregunta defina el camino de los grandes debates de esta disciplina en este supuesto “siglo chino”. Desde luego, una mayor comunicación y un mayor entendimiento mutuo en esta área de investigación podría hacer mucho por la estabilidad y la paz mundial. No obstante, otro gran problema de la sociología es que tenemos fama de escribir muy mal y de que muchos obran así con el fin de situarse por encima de su objeto de estudio. Y por si fuera poco, investiguemos lo que investiguemos, siempre acabamos criticando a nuestra propia disciplina. Ejem.



PreData: siento las faltas ortograficas, ya sabes lo que es escribir en teclado chino.afectara gravemente en las transformaciones sociales futuras.
Muy interesante, desde un punto de vista totalmente amateur o aficionado en este ambito de la sociologia, me parece curioso, como puede afectar en la transformacion social eso que aqui has llamado
“oficialmente, el Estado chino está utilizando las fuerzas del capitalismo para hacer realidad el sueño de Marx,”
Yo soy profe en universidad china, y ante preguntas como “como veis la adopcion de la renta basica universal?” la mayoria te mira con cara de loco. (Y eso que estoy en una militar y se supone que los ideales comunistas se impantan con mayor diligencia).
A mi modo de ver, el capitalismo, esta fomentado ese individualismo competitivo que
Lo que cuentas es muy habitual en China. El marxismo está muy presente en la educación, pero eso de tener un Estado del bienestar o una cobertura social universal está todavía muy lejos.
Bueno, en realidad todo eso ya estuvo más o menos disponible para quienes trabajaban en las más decentes de las antiguas empresas estatales. Es decir, se garantizaba la atención sanitaria gratuita, una pensión decente e incluso una vivienda para toda la vida, pero en el campo ya era otra historia. A finales de los 80 ganaron terrenos los marxistas chinos que pensaban que el comunismo según el ideal de Mao no estaba respaldado por un nivel satisfactorio de producción de la riqueza. Fue como decirle a la gente: “eso que teníamos antes no era el comunismo de verdad. Para eso primero tenemos que competir en una economía de mercado controlada por el Estado y producir riqueza suficiente como para construir un socialismo próspero en el que a nadie le falte de nada”.
De ahí que Deng Xiaoping dijese aquello de que daba igual de qué color fuese el gato mientras cazase, o aquello de que enriquecerse es glorioso. Al fin y al cabo, tanto el comunismo como el capitalismo comparten un ideal de mejorar las condiciones de vida materiales de la mayoría, pero disiente en la organización de los medios de producción. Yo creo que con el tiempo en China se empezará a hablar más de sanidad y pensiones de calidad para todos, de una prestación para el desempleo y otros servicios a los que estamos acostumbrados en muchos países occidentales. Pero, de momento, todavía queda mucho que hacer y domina la idea de que si el gobierno ofrece esos servicios, mucha gente no se esforzaría (eso sí que es muy propio de la mentalidad capitalista).