El transiberiano por etapas: Novosibirsk

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Nuestra visita a Novosibirsk fue la segunda más breve de todo el transiberiano después de la de Chitá, ya que, igual que en aquella ocasión, habíamos decidido tomar el siguiente tren el mismo día por la noche y así ahorrarnos el hotel. En principio, nuestro plan consistía en dejar el equipaje en las consignas y pasar todo el día por la ciudad, pero la noche anterior no habíamos dormido demasiado, y el cansancio acumulado nos convenció de alquilar una habitación en la propia estación de tren de Novosibirsk.

La habitación nos costó unos 30 euros, más o menos lo que costaban en un hotel pasable, pero el gasto mereció la pena porque nunca nos habíamos hospedado en una estación, y nos hizo mucha gracia la decoración de las habitaciones, en las que uno casi puede viajar de vuelta al periodo soviético.

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Fuera de nuestra pintoresca estancia nos esperaba la tercera ciudad más grande después de Moscú y San Petersburgo, y una de las más importantes de toda Siberia, con poco más de millón y medio de habitantes.

Pese a que su fundación apenas se remonta a 1893, sus conexiones hacia el este y hacia el mar caspio pasó por duros episodios históricos durante los grandes cambios del Siglo XX., pero su situación geográfica y sus conexiones ferroviarias contribuyeron a que ya por los años 30 fuese conocida como la Chicago de Siberia, por su notable desarrollo industrial.

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Tras un rato de descanso y una buena ducha, partimos de camino hacia lo que Google indicaba como el centro de la ciudad, para acabar en un agradable paseo fluvial atravesado por uno de los  tres grandes puentes sobre el río Ob.

Al otro lado de la orilla observamos una playa llena de gente disfrutando del sol y algún que otro bañista atrevido. La escena nos causó bastante envidia, pero ni se nos había ocurrido llevar bañador y protector solar, así que decidimos caminar un rato más por el paseo y dirigirnos tranquilamente hacia la Catedral de Alexander Nevsky, una de las obras arquitectónicas más emblemáticas de la ciudad.

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Con el hambre atacando nuestros estómagos, optamos por buscar un sitio en el que disfrutar de la cocina rusa, pero no tuvimos que andar demasiado, ya que muy cerca de la catedral nos esperaba el restaurante perfecto. Visto desde fuera, es posible que el Kolyada no parezca un lugar muy atractivo para entrar a comer, pero su interior guarda un cuidado oasis de tradición rusa con comida espectacular y a muy buen precio.

Después de un buen café, y con las energías a punto para otra caminata, avanzamos en dirección norte por la avenida de Krasnyy sin perder de vista los coloridos mosaicos en honor de la victoria antifascista que decoran el espacio entre ambos carriles. Y es que, como ya mencioné previamente, en el años 2015 se celebró el 70 aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial, y todas las ciudades rusas que visitamos mostraban carteles y obras durante el verano de 2015 todas las ciudades rusas que visitamos mostraban vistosos carteles y obras conmemorativas.

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Recorrido poco más de medio kilómetro a pie, observamos el moderno y caprichoso Teatro Globus, uno de los iconos destacados de la vida cultural de Novosibirsk, aunque casi se queda pequeño al compararlo con su vecino, el Teatro de Ópera y Ballet, que incluso supera en dimensiones al Bolshoi, y al que también se conoce como “el Coliseo Siberiano”. Uno de los rasgos destacables de esta obra es su enorme bóveda, una pieza única de 60 metros de diámetro y 35 metros de alto que apenas supera los 8 centímetros de grosor y se sujeta a sí misma sin necesidad de columnas ni vigas.

Quienes, como nosotros, no tengáis opción de apreciar su interior decorado con réplicas de estatuas clásicas, también podéis apreciar su esplendor desde el exterior o tomar un descanso en la plaza que le sirve de antesala y mirador, donde encontramos un curioso grupo de skaters practicando trucos bajo la mirada de un Lenin y unos camaradas soldados inmortalizados en metal.

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Aunque nuestra visita fue demasiado fugaz para hablar de esta ciudad con algo de criterio, nos dio la impresión de que contaba con un centro más activo y animado que el de otras ciudades que visitamos en Siberia, con la excepción de Ekaterimburgo, de la que me ocuparé en la siguiente entrada.

El regreso a la estación de tren también lo completamos a pie y sin ningún riesgo, aunque prestando siempre atención a la hora de cruzar la calle (quizás se nos quedó un poco de susto tras la carrera con el taxista Irkutsk).



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Tras adquirir unas provisiones en un supermercado, volvimos a nuestra habitación para quitarnos el sudor de la caminata y así poder montar en el tren con mayor sensación de frescura, aunque nos sirvió más bien poco, ya que el viaje a Ekaterimburgo arrancó con mucho calor y sin aire acondicionado. Además, en aquella ocasión tuvimos el gusto de compartir compartimento con Mush y Shiena, dos perros ratoneros que viajaban junto a su dueña Svetlana, aunque fueron muy limpios y se portaron muy bien durante el viaje.

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Yo no tenía ni idea de que fuese posible recorrer el transiberiano con una mascota, pero según nos explicó Svetlana, está totalmente permitido y no son pocos quienes optan por llevarse a sus compañeros perrunos de viaje.

Por otra parte, aquella misma noche conocimos a un grupo de voluntarios muy majos que se dirigían a echar una mano en algún evento deportivo y nos invitaron a tomar un trago en su compartimento. La mayoría hablaba algo de inglés y fue agradable poder charlar un poco y compartir un rato de diversión con ellos, hasta que apareció uno de los asistentes de la compañía ferroviaria y nos hizo saber, con la justa asertividad, que la fiesta había terminado.

De hecho, aunque no lo había mencionado hasta ahora, es bastante habitual que jóvenes y no tan jóvenes le den un poco al vodka durante el viaje, y vimos a más de uno que acabó en manos del personal de seguridad por pasarse empinando el codo, así que ya sabéis: cuidad el volumen y las formas si os montáis una pequeña juerga en el compartimento.

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