Hace unos días, cuando regresábamos del Parque forestal de Zhangjiajie, mi mujer y yo tuvimos la suerte de subir a uno de los trenes de más largo trayecto en plena migración de millones y millones de trabajadores. El trayecto en cuestión se denomina K2286 y parte desde Kunming, al suroeste de China, para dirigirse hasta Changchun, casi en el extremo noreste.
En total son 4168 kilómetros de vías que atraviesan 10 provincias y que se podrían recorrer en menos de 20 horas viajando en alta velocidad, aunque el precio de esta opción resulta inaceptable para la mayoría de los trabajadores migrantes. En nuestro tren, uno de esos cada vez más escasos de color verde y de maquinaria diésel, el viaje desde Kunming hasta Changchun tiene una duración estimada de nada menos que 60 horas. Es decir, dos días y medio de viaje. Ahí queda eso.
Tanto mi mujer como yo podemos decir que hemos viajado mucho en tren y que hemos sobrevivido a varios trayectos de más de 30 horas, pero siempre en vagones litera. Y si el viaje ya se hace agotador en esas condiciones, imaginad lo que supone pasar por 60 horas de trayecto en la categoría de asiento duro, o en la categoría sin asiento, que también existe.
En nuestro caso, al tratarse de un pequeño tramo entre Hunan y Hubei, “solo” tuvimos que pasar 6 horas en esta guisa, pero os puedo asegurar que para la quinta hora ya nos parecía que el tiempo había invertido su marcha.
En primer lugar, los vagones están llenos de gente porque, como he sugerido antes, la China Railway Corporation también vende plazas para viajar de pie. En segundo lugar, la mayoría de pasajeros son trabajadores que han pasado los últimos meses lejos de casa y vuelven con cantidad de trastos que apenas entran en los compartimentos para el equipaje. En tercer lugar está el montón de alimentos que se consumen en los propios asientos y con la ayuda de unas mesas y papeleras mínimas, lo que ocasiona un paulatino aumento de basura contra el que poco pueden hacer los encargados de la limpieza. Por último están los servicios, sobre cuyas condiciones ergonómicas y de higiene ya hablé detalladamente en otra ocasión.
Sin embargo, para mí lo peor de todo fue el hecho de que los viajeros fumasen en la parte trasera y delantera de cada vagón, en las que no hay puertas de separación ni ventanas abiertas, por lo que bien podían haberlo hecho en sus propios asientos. Imaginaos una densa atmósfera de humo envolviendo cientos de olores de comida y desechos, como si fuese una especie de bocadillo cancerígeno para los pulmones, y así durante varias horas o varios días.
Por supuesto, en días normales este tipo de trenes resultan bastante más llevaderos, pero hablamos de la gran migración de vuelta a casa y todo el mundo, incluido el personal y los oficiales de a bordo se muestran más tolerantes hacia todas esas pequeñas infracciones que se acumulan hasta hacer que el viaje sea totalmente insufrible.
De hecho, aunque los trabajadores migrantes de China son probablemente las personas más duras que he conocido en mi vida, varios de nuestros camaradas de viaje se mostraban visiblemente cansados después de pasar tantas horas sin dormir como es debido y torturándose frente al dilema de buscar asiento y machacar su trasero o deambular por el vagón y destrozarse las piernas.
Ahora bien, pese a la cantidad de factores enervantes del ambiente, todo el mundo mantuvo la calma y la mayoría optó por combatir el cansancio y la desesperación con bromas, chistes e historias sobre sus respectivas experiencias laborales. ¡Y menudas historias! Después de un rato conversando con ellos, nuestros compañeros de asiento nos contaron que venían de la frontera con Burma, donde China está construyendo una vía de alta velocidad que llegará hasta Tailandia.
Lo que relataron sobre su rutina diaria es descorazonador. Su trabajo consiste en excavar los túneles por los que circulará el tren, pero no imaginéis que lo hacen con esas enormes tuneladoras que aparecen en algunos documentales, porque según nos comentó uno de ellos, en China esas máquinas solo se utilizan en muy contados proyectos de áreas urbanas. Nuestros amigos hacían su trabajo casi a mano y con la ayuda ocasional de explosivos, a un ritmo de excavación de aproximadamente 2 o 3 metros por día.
Además, las empresas para las que trabajan, las cuales viven de contratos públicos, intentan retrasarles la paga de fin de año para asegurarse de que vuelvan después de las vacaciones, aunque habría que ver lo que dice su contrato, si es que lo tienen.
Por si fuera poco, aunque los trabajadores de las empresas ferroviarias estatales disponen de billetes gratuitos e incluso de sus propios hoteles con precios especiales, nuestros compañeros de viaje son empleados de empresas privadas y además de no disfrutar de ninguno de los privilegios mencionados, muchas veces tienen problemas para reservar billetes porque sus jefes no les informan sobre el calendario de vacaciones hasta última hora.
Con todo ello, no me extraña nada que estos sufridos pasajeros no pierdan los nervios durante este tortuoso viaje y que incluso sonrían y se muestren animados. Al fin y al cabo, ya están de vuelta hacia sus hogares y sus familias, y con cada kilómetro que recorren se encuentran cada vez más cerca de la felicidad y cada vez más lejos del duro precio a pagar por ella.


