Series chinas de animación: las historias que han marcado a un quinto de la población mundial

Aunque las series de animación de los japoneses son mucho más famosas y numerosas que las de los chinos, estos últimos cuentan con producciones que han marcado la infancia de casi un quinto de la población mundial, lo cual no está nada mal.

China produjo sus primeras películas de animación hace ya casi 100 años, pero sus series lo tuvieron mucho más complicado y no vieron la luz hasta el comienzo de los años 80, debido sobre todo a que hablamos de un producto televisivo, y en el gigante asiático la caja tonta fue un bien más bien escaso hasta entonces.

No en vano, es posible que la Revolución Cultural retrasase casi 10 años el arranque de esta industria, ya que durante el periodo entre 1966 y 1976 se produjeron la mitad de filmes animados que en la década de los 50 y menos de la mitad que los que vieron la luz en los cinco años anteriores al inicio de este controvertido periodo.

En cuanto a las técnicas utilizadas, me atrevería a decir que su rica variedad casi llega a compensar la escasez de proyectos, y en menos de 40 años nos encontramos prácticamente de todo, desde el stop motion hasta el 3D, incluyendo la animación con recortes.

Por otra parte, tal y como menciono en el vídeo, los creadores de las series tuvieron que hacer frente a más de un obstáculo por parte de la censura y la intolerancia de las propias audiencias. De hecho, series como la de Los Hermanos Calabaza (mi favorita) fueron cuestionadas por muchos padres debido a su contenido violento y a alguna que otra escena de desnudez como la que muestro en la foto de portada del vídeo.

No obstante, en China hay muchos internautas que opinan que en décadas anteriores hubo más libertad a la hora de emitir este tipo de contenidos, sin que ello afectase a su capacidad de educar en valores. Es decir, puede que en series como la del Sargento Gato Negro o la de Shuke y Beita hubiese más accidentes, porrazos y disparos, pero también eran espacios cargados de valores como la honestidad, la humildad, la lealtad y la amistad.

Al mismo tiempo, me resulta llamativo y significativo que la tendencia a echar mano de la mitología china, la fantasía y las historias de animales antropomorfos fuese interrumpida por relatos más realistas y más centrados en las rutinas y aspiraciones de las familias chinas de a pie, como en el caso de “Hijo cabezón y papá cabeza-enana”, justo en los años en que el país ya había completado una apertura a Occidente sin vuelta atrás. ¿A lo mejor hacía falta fijar los cimientos de lo que significa ser chino en esta nueva era?

Fuera como fuese, por insignificantes que puedan parecer ante determinados sectores de la sociedad, no me cabe duda de que estas obras tienen un impacto crucial en la educación y la identidad de cada generación en cualquier país del mundo. Y por esta razón, estoy convencido de que asomarse a las series de animación de otros países es una de las más efectivas y más bonitas curas que existen contra la intolerancia, los prejuicios y los absurdos conflictos internacionales en los que nos meten nuestros políticos.

Deja un comentario