Mi Año Nuevo chino en Dangyang, o unos Sanfermines de puertas adentro

China es un país enorme y tratar de explicar cómo se celebra el Año Nuevo o el Festival de Primavera es como intentar explicar cómo es el carnaval en los países de herencia cristiana. Simplemente, hay muchas maneras de hacerlo y creo que es imposible realizar una lista con más de cinco costumbres que se repitan a lo largo y ancho de la vasta geografía china. Quizás el único elemento siempre presente son las reuniones familiares, aunque esto también puede resultar en una experiencia muy diversa según cómo se entiendan los lazos de parentesco y de amistad.

En mi caso y el de mi mujer, lo cierto es que nuestra forma de celebrarlo difiere bastante de lo que habréis visto en la tele estos días. En Dangyang, el pueblo de Hubei en el que creció Lele, nunca vamos a desfiles o cabalgatas y ni siquiera sabemos si se celebran, porque no es algo que a ningún miembro de nuestra familia le interese. Tampoco participamos en los rituales religiosos del templo budista de turno y mi suegra visita las tumbas de sus padres y ancestros en otras fechas, porque están muy lejos y no tiene coche.

Para mi familia china, tanto el Año Nuevo como el Festival de Primavera son un periodo en el que nos reunimos con familiares y amigos para celebrar que estamos juntos. Es decir, para nosotros lo importante es vernos cara a cara, contarnos como van las cosas, desearnos que vayan mejor y disfrutar del momento comiendo, bebiendo y fumando en mayor calidad y cantidad que lo habitual.

Puede que algunos os estéis imaginando algo similar a nuestra Navidad, pero para mí a veces se parece más a una especie de Sanfermines de puertas adentro. Al fin y al cabo, mi experiencia navarrica de las Navidades no implica más de media docena de banquetes, mientras que en Dangyang hemos pasado prácticamente dos semanas de descontrol día sí y día también.

Para que os hagáis una idea, así es como pintaría un día normal en pleno festival:

Nos levantamos más bien tarde, tras perder una larga batalla mental contra el ruido de las tracas de petardos. Me duele un poco la cabeza y mis tripas murmuran en hebreo. Mi suegra grita desde el piso de abajo: “¿¡No estáis preparados todavía!?”. Nos aseamos rápidamente y nos vestimos con una mezcla de pereza y excitación. Nuestras ropas huelen a tabaco, pero ya no nos importa tanto. Subimos los tres a la moto de mi suegra y nos dirigimos dando tumbos a casa de unos viejos amigos, en las afueras del pueblo.

Nada más llegar, el padre de la familia anfitriona me ofrece un cigarro. Rechazo su oferta con la mayor amabilidad de la que dispongo y con alguna excusa, pero él gira el cigarro y lo dirige hacia mi boca mientras enciende el mechero. Ya es demasiado tarde, si hubiese dicho que no al primer pitillo que me ofreció allá cuando nos conocimos, hoy me resultaría más fácil librarme de fumar, pero aquí todavía no ha llegado el antitabaquismo y este vicio sigue siendo una pieza clave en los procesos de socialización entre hombres.

Después de un rato comiendo pipas, bebiendo té y viendo la tele, nos llaman a la mesa y empieza el jolgorio. Como los padres de mi mujer están divorciados, mi suegra se encarga del rol habitualmente masculino de proponer brindis con licor de arroz. Al contrario que la mayoría de mujeres, ella está más que acostumbrada a beberlo, porque se trata de una habilidad muy importante para quienes, como ella, se dedican a los negocios (tiene una tienda de zapatos).

Después del primer sorbo de 40 grados, vuelvo a mi cuenco para llevar algo de comida a mi trotado estómago, pero mi cerebro resacoso me impide utilizar los palillos con la rapidez de los primeros días, y el segundo brindis me pilla antes de robarle toda la carne a la costilla de cerdo. Tras el tercer o cuarto sorbo nos dejamos de formalidades en los brindis y nos limitamos a soltar un 喝!(beber) antes de empinar el codo simultáneamente.

Siguiendo las normas de hospitalidad que rigen por estos lares, el anfitrión nos ofrecen los platos más apreciados o los vierten directamente en nuestro cuenco. Cuanto más especial es el invitado, más se espera de él o ella que disfrute del banquete, lo que hace que a los extranjeros como yo nos ceben hasta el empacho y más allá. Dicho esto, los chinos están convencidísimos de que a los occidentales nos encanta la ternera, así que no debemos extrañarnos si nos ofrecen todo tipo de delicias bovinas que en poco o nada se parecen a las de nuestros países de origen.

Como era de esperar, media hora más tarde los ánimos comienzan a calentarse y comienzan a proliferar los halagos mutuos, los cotilleos, los chistes y alguna que otra interpretación musical más o menos mejorable. Bebedores y no bebedores, viciosos y no viciosos, todos disfrutamos a nuestra manera del ambiente que emana de la mesa y se extiende por el hogar. Bueno, todos excepto un primo del anfitrión, que se ha pasado con el licor y ya ha pasado varias veces por el baño para echar la pota.

A medida que menguan los platos, el licor de arroz deja paso a la cerveza, y una vez terminado el banquete, llega el momento de entregarse a una larga sobremesa bebiendo té y jugando a las cartas o al mahjong. Después de perder varias partidas, el anfitrión nos lleva a mi mujer y a mí a dar una vuelta por el barrio, que ofrece un entorno rural bastante pintoresco. Obviamente, aquí no hay encierros, ni jotas, ni gigantes y cabezudos, pero todavía se siguen oyendo tracas de petardos en las cercanías de casas y caseríos, recordándonos que la fiesta sigue en la intimidad de los hogares.

El recorrido por terrenos en descanso y bulliciosas granjas de patos nos lleva a la rivera de un río en el que hace muchos años se bañaban los bueyes de agua de la zona, aunque ya no queda ninguno. Hablamos formando cierto alboroto sobre lo mucho que ha cambiado el mundo rural en China, hasta que nos encontramos con unos vecinos visitando las tumbas de sus parientes. Pese a lo que imaginaríamos, la situación carece de gravitas y dos de ellos charlan alegremente con nosotros mientras otros dejan ofrendas de comida y bebida y encienden más petardos frente a las susodichas tumbas.

Para cuando nos hemos dado cuenta estamos de vuelta en casa y alrededor de otra tanda de platos. Así comienza un segundo asalto de bocados, sorbos y cachondeo que se alarga hasta las diez de la noche, momento en el que el hermano del anfitrión (abstemio) nos lleva de vuelta a casa. Supongo que quien se sintiese con ganas de más también podría ir a algún bar o club del centro, pero nosotros tampoco somos tan jóvenes ya y con la fiesta diurna nos vale y nos sobra, sobre todo cuando nos acordamos de que mañana toca repetir todo otra vez.

En fin, así es para nosotros un día celebrando el Año Nuevo en el pueblo de mi mujer. Espero que os haya resultado interesante y si queréis haceros una idea más visual de lo que todo esto supone para nosotros, podéis echar un vistazo al siguiente vídeo que he editado al ritmo punk de la banda china NewPants.

2 comentarios en “Mi Año Nuevo chino en Dangyang, o unos Sanfermines de puertas adentro”

  1. Deliciosamente delirante historia. Gracias. Soy un fiel seguidor tuyo desde Tenerife. Me encantan tus posts y te animo a seguir compartiendo tus vivencias en China, de la que siento que estoy aprendiendo cosas gracias a ti.

    Te mando un fuerte abrazo
    Martín

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