Las aventuras del granadino Antonio Ramos Espejo (1878-1944) en China constituyen uno de los episodios históricos más interesantes de entre los españoles que se aventuraron por estas tierras. La primera vez que supe de sus andanzas fue en el año 2013, de manos de Juan Ignacio Toro Escudero, quien por aquel entonces se hallaba realizando una tesis doctoral sobre las hazañas del susodicho. No en vano, el doctor Toro es el principal responsable de haber rescatado del olvido el legado de quien, probablemente, abrió el primer cine de China.
Quienes tengáis interés por sus trabajos de investigación, podéis continuar leyendo este artículo que escribió para la revista Yuanfang Magazine o este escrito académico, que también resulta muy ameno de leer y en el que encontraréis muchos más detalles que en esta entrada.
Como bien defiende Toro en el magnífico cortometraje que dedicó a Ramos, sus peripecias por la lejana Asia lo tienen todo: guerra, deserción, algo de picaresca, éxito empresarial, sicarios enviados desde Hollywood y el asesinato de su socio, Bernardo Goldenberg, por lo que bien podría merecer un largometraje o, por lo menos, un episodio de la serie El Ministerio del Tiempo.
Los comienzos de nuestro héroe del cinematógrafo nos llevan a Alhama de Granada, población que abandonó en 1896, con tan solo 18 años y por motivos principalmente económicos, para unirse a los batallones de cazadores dirigidos a unas Filipinas insurgentes. Su formación escolar lo libró de servir fuera de los puestos burocráticos y en apenas un año ya se las había apañado para proyectar las que bien podrían ser las primeras imágenes cinematográficas de Manila y, por ende, de toda Filipinas.
Ante la amenaza de la dominación estadounidense en el archipiélago, Ramos partió a China, más concretamente a Shanghai, donde parece ser que ya en el año 1907 abrió la sala de proyecciones Colón, la cual disputa el título al primer cine de la China continental. Sin embargo, más allá de si fue o no el primero, a la luz de las investigaciones de Toro, no cabe duda de que su labor tuvo un peso determinante en la industria cinematográfica del gigante asiático.
Además de abrir las salas más modernas y lujosas de la Shanghai, llevó su empresa a otras provincias del país, produjo cine chino, proyectó las primeras cintas españolas e innovó con el subtitulado de las películas para el público de habla china. Así pues, no es de extrañar que en los círculos de estudios cinematográficos de China se le recuerde como “el rey del cine chino”.
No obstante, el interés de los estadounidenses por controlar la producción y distribución de sus películas hizo que Ramos acabase en su punto de mira, pues se podría decir que este no tenía demasiados miramientos por el dichoso copyright. Esto motivó el asesinato antes citado pero no logró detener al granadino, quien no regresaría a España hasta 1927, motivado principalmente por la crisis financiera, aunque con una fortuna considerable que le animó a abrir el Cinema Rialto apenas tres años después y en plena Gran Vía madrileña.
Esperemos que esta humilde entrada sirvan para honrar su memoria y animar a mi viejo conocido para que siga investigando y consiga que se haga un largometraje dedicado a Ramos, quien, sin duda, lo merece.


