A la hora de estudiar los procesos de modernización de China, es muy habitual referirse a los movimientos contra ciertas tradiciones y tendencias como un proceso prácticamente necesario, dadas sus profundas diferencias culturales en relación a aquel Occidente que dio paso a la modernidad. Pero, ¿por qué no aplicamos esa misma lógica sobre los países occidentales que se mantienen en la periferia del desarrollo social y económico?
Es un hecho sabido que los escritos de Max Weber sobre el papel del protestantismo en la modernización influyeron a buena parte de la élite social china que impulsó los movimientos de transformación cultural del Siglo XX. No en vano, fue a través de las teorías de este sociólogo como muchos se convencieron de la necesidad de limitar la influencia del pensamiento supersticioso y de las religiones excesivamente orientadas al más allá, para promover la racionalidad científica en su lugar.
Pero las revoluciones culturales de China también combatieron el desmesurado peso de las relaciones familiares e inter-familiares en la economía y la política, y Mao Zedong no dudó en atacar a las grandes familias tradicionalistas como enemigas de una sociedad de iguales.
Ahora bien, ¿acaso no se trata de cuestiones todavía muy presentes en España?
Por alguna razón, hemos llegado a dar por hecho que cercanía geográfica equivale a cercanía cultural, ignorando que, en cuestiones como la de la corrupción y el compromiso por el avance científico, estamos en las antípodas de muchos de nuestros vecinos europeos.
Y sí, es cierto que en China el nepotismo cuenta con un arraigo y aceptación tanto o más grandes que en los países herederos del patriarcado romano, y diría que es más habitual que los puestos de trabajo se adjudiquen a base de amiguismo, intercambio de favores, regalos, etc. Sin embargo, China ha aprendido ya una lección que a nosotros todavía no nos entra en la sesera: la inversión en ciencia y en educación científica beneficia a toda la sociedad y contribuye a hacerla más transparente y democrática.
De hecho, si hay una cuestión que destaca en la transformación educativa de China a partir de los 80, es la enorme ventaja que supuso para las familias más humildes saber que sus hijos podrían desarrollar carreras en las que se les valoraría por su rendimiento, y no por su capacidad de comprar o convencer a cargos influyentes. Y no cabe duda de que los chinos han hecho frente a enormes retos y sacrificios en las últimas décadas, pero si el sistema político no ha colapsado todavía es, en parte, porque el Partido Comunista de China se mantiene más bien fiel a la promesa de que los más capaces sean los primeros en acceder a los puestos de responsabilidad.
Es más, quienes se hayan molestado en estudiar la forma en que el Partido recluta a sus miembros, sabrán que, ya desde sus organizaciones infantiles, se da prioridad a los estudiantes destacados, y que desde los años 90 se ha promovido, con enorme éxito, que los nuevos miembros cuenten con estudios universitarios. Y aunque las aspiraciones democráticas no estén demasiado claras, en China existe una enorme celosía hacia la imparcialidad de los exámenes de acceso a niveles más altos de educación, y el gobierno sabe que se juega su legitimidad si descuida el grado de transparencia en estos procesos.
También es cierto que, por lo demás, lo político y lo administrativo están todavía muy poco sujetos a los mecanismos de control ya habituales en España, pero, al contrario de lo que ocurre en el país europeo, en China, quienes son pillados lo suelen pagar muy caro. Y aunque personalmente no estoy a favor de las penas a las que se les condena, admiro el creciente rechazo social y político que genera esta lacra social en China.
En cualquier caso, si hay algo que nos enseña el modelo chino de desarrollo, con todos sus errores y flaquezas, es que, aun con muchas de las demás variables en contra, la inversión en ciencia e investigación supone una sigilosa aunque realmente efectiva arma cultural contra el oscurantismo, el cinismo, y los vicios socio-culturales que arruinan cada uno de nuestros intentos por acabar con la corrupción a base de leyes.
Quizás por ello, China parece cada vez más convencida de que esta lucha debe combatirse en la arena de la cultura y de los valores éticos, y al contrario de lo que ocurre en la España de la telebasura, tanto el gobierno chino como los principales agentes sociales del país se oponen enérgicamente a los programas que publiciten un modelo de éxito social no basado en el esfuerzo.
Me estoy acordando de las todavía recurrentes imágenes de Jesús Gil retransmitiendo desde la bañera, o del modélico Gandia Shore, y de la cantidad de gente a la que convencieron de que ser honesto y estudiar es de pringados. Pero no me gustaría que mi mensaje se entendiese como una incitación al paternalismo, a la censura, o a reacciones violentas, sino como un homenaje a esos estudiantes con talento que padecieron o están siendo maltratados solo porque les gusta estudiar.
Porque, no olvidemos, España creó toda una generación de abusones embrutecidos que dejaron sus estudios para saltar de cabezas a la burbuja de la construcción, y que han perdido cantidad de oportunidades de formarse, organizarse, y transformar la sociedad en la que crecieron.
Por eso, a aquellos cuyo afán de saber sobrevive a los despropósitos del sistema educativo les digo: no estáis solos; yo también fui un pobre e indefenso empollón del que se reían hasta los profesores, y también me he quedado fuera de un país que nos parió y nos formó sin saber muy bien qué demonios iba a hacer con nosotros.
Pero no nos demos por vencidos, porque, aunque en casa se nos haya dado la espalda, soplan buenos vientos para nosotros en muchos otros lugares de este mundo cada vez más inter-dependiente, y es posible que, finalmente, sea la simple conciencia de su finitud la que, de forma gradual, y sin revoluciones, nos acabe dando la razón.
A fin de cuentas, si un día nos ponemos de acuerdo en que la política debería consistir en una gestión y distribución más justa y más eficiente de los recursos, resultará obvio que, cuantas más cabezas pensantes formemos, y más cabezas pensantes tengan acceso a los procesos implicados, más cerca estaremos de conseguir aquello que nos propongamos.



Pues es probablemente más que verdad que necesitamos una revolución cultural. Pero de todas maneras, mi experiencia me dice que intentar enseñar algo “desde arriba”, y desde un sistema X para lograr uno Y, da poco resultado. Y me explico.
Muchas veces se habla de los países anglosajones tienen una moral de la honestidad, el esfuerzo y la capacidad que no tenemos los españoles (la tan cacareada picaresca). Pero no podemos olvidar que la Inglaterra del siglo XIX o el Estados Unidos de esa época eran tan corruptos y partidarios del oportunismo como la España del XVI.
Viviendo en Suiza (un país sobre el que, cuestiones fiscales aparte, se ha hablado mucho acerca de su ética protestante) como yo he vivido 1 añito largo, te da la sensación de que ciertas cosas ocurren al revés de cómo te las cuentan. No es que los suizos sean gente trabajadora, orden y que le dan pie a la sociedad para que funcione. El proceso es el inverso: los suizos le exigen mucho a su sociedad, y la vigilan para que les dé lo que consideran sus derechos. Y, como ven que esa sociedad funciona, trabajan de acuerdo a las normas que les proporciona esa sociedad: es decir, que el trabajo individual y el seguir las normas te garantizará el éxito.
Igualmente, es más lógico que en países donde buena parte de su riqueza ha sido obtenida gracias al progreso tecnológico (Inglaterra, Alemania, etc), la sociedad haya evolucionado para creer realmente en la ciencia. Los alumnos del siglo XIX británico seguramente eran tan brutos como los nuestros, pero el día que vieron que los James Watts o equivalentes triunfaban, seguro que les cambió el chip.
De la misma manera, no podemos pedirle a los españoles que trabajen por lograr una sociedad del conocimiento científico y la excelencia, cuando en realidad la gente observa que ni los grandes científicos ni los más destacados en su campo triunfan, sino todo lo contrario. Los españoles más ricos no son equivalentes a Steve Wozniak o Albert Einstein. E, igualmente, el famoso Nicolás (que será de todo, pero sin duda es listo) no se pegó a las empresas tecnológicas: se pegó a partidos políticos y empresarios enchufados, porque creyó que era la manera más rápida de triunfar.
Es más probable que, si cambiamos el sistema (al menos, lo suficiente) para que la gente tenga la impresión de que, haciendo lo que deben, les va a ir bien, entonces tenga lugar el cambio de mentalidad. Pero pedirle un cambio de mentalidad a una sociedad entera sin enseñarles al menos el camino por el que esa actitud va a funcionar, para mí es muy difícil de creer. Sería lo ideal; pero no concuerda con la naturaleza humana.
Gracias por tu aportación, Emilio.
Me parece especialmente interesante lo que explicas acerca de la relación individuo-colectivo/sociedad en los países protestantes. Una curiosa mezcla entre desconfianza hacia los demás y respeto hacia su espacio y libertades. Otro aspecto más en el que descubrir lo diferentes que podemos llegar a ser dentro de la “pequeña” Europa.
Aunque esté de acuerdo con el mensaje que subyace en el texto, no estoy de acuerdo en el modo de plantearlo. Desde mencionar la revolución cultural china, que fue algo nefasto y criminal, a centrarse en exceso en el lado cateto de España. Sin duda parte del problema es que gente con mentalidad anclada en el pasado (pero menos de lo que pudiera parecer) y demasiado interesada en conservar sus privilegios no ha dado espacio a los que sin duda les habrían comido la tostada, pero también hay que tener en cuenta que hasta el 15M los que podían comerles la tostada solo se preocupaban de sus propios asuntos (quejas amargas aparte) y no se organizaban para cambiar las cosas. Y los que ya estaban organizados (leáse IU y similares) no buscaron, porque simplemente no lo hicieron, la forma de hacer llegar su mensaje a un pueblo, que por unos años se creyó que todo iba ser jauja.
Todos somos tan listos, que al final, nos pasamos.
Acepto de buen grado tus críticas, y agradezco tu participación.
El de Mao Zedong no fue, ni mucho menos, el único proceso de transformación cultural de China, pero no te niego que funcione muy bien para atraer la atención y generar debate. Ya antes de la caída del Imperio hubo intelectuales y políticos que trataron de crear una educación más moderna, con la figura de Confucio como símbolo nacional, pero aquello no cuajó, y prácticamente todo el Siglo XX en China ha ido acompañado de bruscos cambios en la educación y la cultura, con figuras que eran redefinidas ideológica y políticamente según soplaba en las seseras de los líderes. En relación a esto último, recomiendo encarecidamente la película Adios a mi concubina, no tiene desperdicio.
¡Que no te lean los de Podemos! Una revolución cultural requiere censura, adoctrinamiento, campos de concentración… Me conformo con un poco de ejemplaridad de los de arriba, lo que se conseguirá con el tiempo si hacemos que no quede sin denunciar ninguna corruptela, exigiendo transparencia y eficacia, y castigando con nuestros votos a los que no cumplan (pero no con nuestra abstención, que eso es como castigar al novio que engaña dejando de llamarle).
No hay peligro, amigo Epicureo. Como digo al final del escrito, lo más probable es que al final la escasez de recursos nos mueva a descartar, de forma gradual, aquellas actitudes y comportamientos que contribuyen al reparto injusto de oportunidades, riqueza y derechos (que dependen el uno del otro mucho más de lo que creemos). O eso, o vence la estupidez humana, que no es poca.
La necesitamos cultural, pero sobre todo la necesitamos socioeconómica.
A los que comentan, piensen que LA Revolución Cultural no es lo mismo que una revolución cultural
Eso de revolucion cultural no se si es un nombre un poco paradojico. Como Republica Democratica alemana, Democracia Nacional o Partido Popular. Hay terminos que parece que se ponen al reves.
No se si en china tambien hay algun problema de titulitis. No se si el titulo es un indicador fiable de las capacidades. Por lo que cuentas en China lo que cuenta es ser superempollon y eso puede dejar ciertas habilidades por desarrollar o despreciadas.
En Japon como ya te conté el sistema educativo es un desastre y los universitarios no salen preparados, pero es un requisito, si no no trabajas, segun parece.
Tambien hay gente muy valida que no encaja en el sistema educativo. Hay emprendedores que dejaron la escuela para aprender o no terminaron los estudios. Tambien hay superdotados con fracaso escolar, que no deberian tener problemas. Aunque tambien esta exagerado y no todos lo tienen,
La revoluciones desde arriba y sin que los ciudadanos rasos puedan decidir si la quieren o no, me parece que suelen acabar mal.
Lo ideal seria una revolucion desde abajo, con mas democracio y conocimiento.
Efectivamente, amigo Wallebot. En China también hay mucha titulitis, e impera un modelo de educación orientado a la superación de exámenes, de modo que los estudiantes se pasan la mitad de cada periodo formativo preparándose para el acceso a la siguiente fase. Y como bien apuntas, muchas veces el resultado es que la gente sale sin habilidades prácticas o sin saber muy bien cuáles son sus intereses, mientras que otros con vocación clara no aguantan tener que examinarse de conocimientos generales y abandonan (el escritor Han Han es un claro ejemplo).
Y en cuanto a la revolución desde arriba, está claro que, sobre todo en cuestiones culturales, no suele traer nada bueno. No obstante, también creo que el desarrollo científico puede contribuir a democratizar el acceso a la formación y a oportunidades profesionales a través de la meritocracia, aunque también es cierto que las organizaciones científicas son bastante jerárquicas y pueden llegar a convertirse en máquinas sin alma, o jaulas de hierro, como imaginaba el propio Max Weber.
Gracias por tu comentario y hasta pronto.
“se oponen enérgicamente a los programas que publiciten un modelo de éxito social no basado en el esfuerzo.”
me quedo con esto.