El tema de la profesionalidad es uno de los más recurrentes entre los occidentales emigrados a China. Es bastante habitual que refunfuñemos sobre la forma en que los chinos llevan este concepto a la praxis, pero creo que es algo comprensible. Al fin y al cabo, si ya nos gusta despotricar contra nuestro jefe o nuestros compañeros de trabajo en nuestro país, ¿cómo no lo vamos a hacer cuando nos encontramos en una sociedad tan diferente? No niego que haya trabajadores que han llegado a este país y se ha desenvuelto como pez en el agua desde el principio, pero nuestras diferencias a la hora de trabajar son los suficientemente grandes como para causar mucha frustración.
En esta entrada no me voy a meter en si los chinos son mejores o peores profesionales que nosotros. Yo creo que, indudablemente, son muy buenos dentro de su propio hábitat laboral, porque si no es imposible explicar la forma en que se ha desarrollado su economía. Además, ellos también se quejan sobre la forma en que los occidentales trabajamos y ya tienen sus propios clichés sobre el asunto. Mientras nosotros los vemos faltos de iniciativa, tímidos y descuidados, ellos nos ven con la cabeza llena pájaros, arrogantes y tiquismiquis. El otro día, sin ir más lejos, en plena presentación, una alumna de la universidad dijo que los españoles solo llegan puntuales a las corridas de toros. Me tronché de risa.
Iba a decir que algunas veces se nota cierto racismo cuando tratamos estas cuestiones o, por lo menos, cierta condescendencia por el hecho de que provenimos de un país más desarrollado. Pero me parece que esto también ocurre en todas partes al margen de la etnicidad. Las trifulcas entre urbanitas y aldeanos presentes en todo país son una buena muestra de ello. De hecho, es probable que las diferencias en cuanto a etiqueta laboral fuesen más grandes entre los pueblos y capitales de la España de los 60 que entre los Madrid y Pekín actuales, por poner un ejemplo.
Dicho de otro modo, da igual en qué idioma o de qué maneras lo hagamos; simplemente nos encanta enseñar a los demás cómo se hacen las cosas. A veces lo hacemos con buena voluntad, o con la esperanza de que se alabe nuestra valía personal. Pero entro eso y el desprecio al cateto solo hay un pequeño paso. ¿Es el cuñadismo un universal cultural? Yo diría que sí.
Por eso, hoy no voy a daros ningún consejo sobre lo que se supone que hay que hacer para llevarse bien con los chinos en el trabajo. Como he dicho en otras ocasiones, este es un país enorme con cantidad de idiosincrasias conviviendo más o menos en armonía. Además, muchas veces estas cosas dependen de la personalidad de nuestros colegas o nuestro jefe. Es decir, a lo mejor te parece que tu superior en China es alguien con una visión del mundo indescifrable, o quizás te das cuenta de que tiene el mismo humor que el peluquero de tu calle, pero en versión asiática.
Si algo puedo decir de este país, es que todavía es muy flexible hacia las formalidades. En principio, los estrictos con esas cosas son los japoneses, aunque habría que ver lo que ocurre en la práctica. He leído bastantes artículos sobre el protocolo en China, pero a mí no me da la sensación de que la forma de intercambiar tarjetas, tener una reunión o brindar por el éxito sea decisiva para el porvenir de una empresa o un trabajador en China.
Es más, durante los 5 años que llevo estudiando, investigando y trabando en 4 ciudades de cada punta del país, no he podido identificar ningún estándar de comportamiento profesional o de negocios aplicable a todo el país. Bueno, es verdad que los acuerdos y relaciones laborales y empresariales se engrasan con banquetes bien regados de alcohol. Pero esto también ha sido y sigue siendo parte de los hábitos empresariales en muchos países de herencia cristiana. Fuera como fuese, si ni los propios chinos tienen claro en qué consiste la etiqueta profesional de su país, ¿cómo van a esperar que los occidentales la dominemos?
Por todo ello, en lugar de complicarse la vida con rituales y apariencias, yo recomendaría simplemente controlar la soberbia, ser tolerante, sonreír mucho, aceptar la hospitalidad y devolver cada muestra de generosidad con creces. Nada que no sea aplicable por todo el mundo. Ah, y aprender el idioma. Si vas a quedarte a trabajar en China y no te molestas en aprender la lengua de tus anfitriones, ¿cómo esperas que se tomen en serio tus críticas?
Por lo general, las buenas gentes de estos lares son muy de andar por casa y se muestran receptivas y más que flexibles hacia nuestras diferencias culturales. Es decir, no van a montarnos un drama por meter la pata con cuestiones formales y nos dejaran un margen de sobra para asimilarlas, si es que resulta necesario. También es probable que aguanten nuestras pataletas pacientemente, aunque a muchos les harta nuestro nivel de “expresividad”. Pero, por muy tentador que sea, evitad sentiros superiores y recordad siempre que todo el mundo odia a los cuñados, especialmente si vienen del extranjero. Ese es el mejor consejo que os puedo dar.



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