Aunque en China las ocasiones especiales siguen celebrándose con licor de arroz, desde que los alemanes, checos y rusos fundasen las primeras fábricas en Harbin, allá por comienzos del Siglo XX, el consumo de cerveza ha crecido hasta convertirse en la reina indiscutible de las comidas y juergas entre amigos.
Marcas locales como Snow (la más vendida) o Tsingtao (la más internacional) venden cada año millones y millones de botellines, la mayoría de cerveza dorada pálida, que los chinos disfrutan con tanta naturalidad como en cualquier país de Europa.
Por ello, no es de extrañar que en las regiones de mayor tradición cervecera, especialmente en el noreste, las calles y plazas florezcan cada verano con una mezcla entre puestos de barbacoa y jardines cerveceros, o con todo un gran festival de la cerveza, como en el caso de nuestra querida Changchun.
Ahora bien, aunque estoy bastante familiarizado con la infraestructura, organización e idiosincrasia de algunos de los “barbacódromos” y “cervezódromos” más destacados de esta ciudad, hasta el sábado pasado no había tenido el gusto de participar en el festival anual de la cerveza, evento que, por lo visto, se celebró por primera vez en 2013, aunque ya se ha convertido en una cita muy esperada por los lugareños.
Después de haber visitado otros grandes festivales y ferias, me imaginaba que en esta ocasión podríamos encontrarnos cantidad de puestos con cervezas de todos los tipos y colores, pero nada más entrar al recinto descubrí que el evento constituía básicamente un intento de llevar los cervezódromos al nivel que más gusta a los chinos: el mastodóntico.
También es posible que el ayuntamiento decidiese promover este tipo de eventos masivos con el objetivo de concentrar el humo de las barbacoas y a los borrachuzos en un mismo punto a las afueras, pero, en cualquier caso, está claro que los chinos les encanta el ambiente festivo-multitudinario, y mientras no haya un alto riesgo de estampida, cuanto más grande el lugar y más gente se junte, mejor.
Tanto es así, que cuando llegamos a lugar, allá por las 4 de la tarde, y vimos que todavía no se había acercado la gente, a mis amigos de Changchun les dio tal bajón que prefirieron irse a otra zona y no volver hasta que las carpas rugiesen de ambiente o “renao”, como lo llaman ellos.
Y es que, aunque a mí no me hubiese importado nada quedarme y esperar mientras nos tomábamos unas birras, la verdad es que lo único que rugía allí era este pobre tigre enjaulado y torturado por unos altavoces que no pararon de zumbar con tecno barraquero toda la santa noche.
Recuerdo que en aquel momento ya barajé la posibilidad de que la realidad de ese festival fuese más allá de lo asimilable por mi parcialmente adaptada sesera, pero no fue hasta nuestro regreso, alrededor de las 6 de la tarde, cuando se me confirmaron las sospechas.
Para empezar, aunque en los puestos de barbacoa se podía comer carne de casi cualquier bicho viviente, desde cocodrilo hasta tarántula, por alguna razón que todavía no comprendo muy bien, en cada carpa solo ofrecían unas pocas variedades de la misma marca de cerveza, entre las que solo había dos más o menos “exóticas”: una alemana y otra checa.
Además, aunque es verdad que muchas cervezas se pueden disfrutar templadas, cualquier cosa que no saliese de los cañeros y barriles refrigerados era simplemente imbebible para los amantes de la birra fresquita. Y como aquello no suponía suficiente cachondeo, alguien tuvo la fantástica idea de ofrecer a los clientes “exigentes” bolsas de hielo azucarado con sabor a limón y polos de leche listos para meter en la jarra y preparar un delicioso sorbete-mejunje que haría las delicias de cualquier amante de la cerveza.
Por otra parte, el delicioso estilo musical que dos horas atrás se reservaba solo para el tigre, se había extendido a todas y cada una de las carpas gigantes a un volumen cien veces más ensordecedor. Y conste que servidor era de los que disfrutó y seguiría disfrutando en muchas de las discotecas herederas de la célebre Ruta del Bakalao, pero la cantidad de decibelios liberados en aquellos cervezódromos chinos era simplemente ridícula, más si tenemos en cuenta que todas ellas estaban preparadas para sentarse a comer, beber y charlar con la familia o los amigos.
Como comprenderéis, bajo semejante tronada musical era imposible comunicarse con tu interlocutor sin pegarse a su oreja y refrescar su honorable perfil a base de babas. Pero ahí no acaba todo, porque, además, cada carpa contaba con todo un elenco de actuaciones en vivo en las que se alcanzaron picos de agudos que ni el propio Satanás reproduciría en su peor sesión de tortura sonora.
Después de padecer el interminable solo de un violinista al que, os juro, imaginé ardiendo en las llamas de la inquisición, pasamos a otras actuaciones de carácter más visual, como la de un cantautor cachas bañado en cerveza y un grupo de bailarinas que caldearon el ánimo del público, aunque cualquier intento de comentar la jugada con los colegas seguía siendo tan inútil como chatear con un teclado sin enter.
Y como no podía ser de otro modo, llegó el turno de la interprete “rockera”, mucho más distinguible por su indumentaria que por el estilo de sus interpretaciones, y a la que la tradición exige culminar su actuación bebiéndose jarras de alcohol de un solo trago.
En aquel momento, con la oscuridad de la noche en ciernes y ante la visión de la artista tragándose la tercera jarra de cerveza, volví la mirada a los asistentes, y al ver a todos aquellos jóvenes, padres y niños jaleando al unísono, sentí que el aparente surrealismo de la situación se apoderaba de mí y me absorbía en un ambiente de celebración al que le importaba un nabo mis apreciaciones intelectuales y estéticas.
Dicho de otro modo, el sorbete de cerveza me había subido a la sesera y ya no me agobiaba por tratar de entender qué puñetas pasaba a nuestro alrededor, porque al sumarme al estado de intoxicación colectiva me fundí, cual loncha de queso sobre una ración de tofu, en la realidad sino-cerveceril, y ese sentimiento de unidad transcendental me resultó mucho más satisfactorio que cualquier cuestión intelectual del tipo “¿cuál es la esperanza de vida de un rockero en China?”.
Es más, fue de ese modo, queridos amigos, como comprendí que lo verdaderamente destacable no era que los niños presenciasen la castaña de sus progenitores, ni que el evento pudiese acarrear riesgos para la salud pública. Lo realmente importante de ese festival dentro de una sociedad como la china es la todavía rara posibilidad que ofrece de reunirse de forma más o menos libre y pasar un buen rato todos juntos, como parte de un ente social que va más allá de las familias, los grupos de amigos, los colegas de trabajo y el propio partido.
Y sí, también es cierto que la presencia policial se hacía notar tanto en los alrededores como en el interior del recinto, y es muy posible que a más de un líder del PCCh le inquiete la posibilidad de que este tipo de encuentros se conviertan en el germen de nuevas organizaciones.
No obstante, el deseo de reunión y desinhibición colectiva es demasiado fuerte como para que intentar reprimirlo completamente, y las autoridades chinas han comprendido que es mejor que la ciudadanía alivie sus tensiones jaleando a sus iconos populares y chivos expiatorios en ambientes de permisividad excepcional, no vaya a ser que se frustren y canalicen su malestar hacia la búsqueda de responsabilidades o alternativas políticas.



Jajajajajaja. Qué bueno !! Hablando de cerveza, este finde pasado estuvimos en Qingdao, que nos gustó mucho y donde hay mucha tradición cervecera, es donde está la fábrica de Tsingtao.
Saludos y gracias.
Gracias a ti, Fidelius.
Me alegro de que te haya gustado la crónica. Quizás Changchun no tiene raíces cerveceras tan profundas como Qingdao o Harbin, pero los “biergarten” son muy populares y los alemanes que vienen a trabajar en la fábrica de Volkswagen contribuyen a crear y mantener nuevas cervecerías. Cerca de casa tenemos una de estilo Baviera muy bien ambientada y fiel al estilo original, aunque la comida y la cerveza salen bastante más caras que en los establecimientos locales.
A ver si algún día coincidamos en alguna localidad de buen comer y beber.
Saludos y hasta pronto.
No dudo que sea divertido, pero me parece un horror, y el pobre tigre ya ni te cuento. Pensándolo lo que más me impresiona es a los progenitores llevando a los niños a este tipo de eventos y cogiéndose una buena cogorza delante de ellos.
Mucha educación hace falta en China aún.
¡Muchas gracias por la crónica!
Muy buenas, Toni.
Efectivamente, es una mezcla un poco bestia entre festival de música, circo de los viejos con maltrato animal y barraca de atracciones para niños, todo ello aderezado con un arsenal de brochetas y miles de litros de cerveza.
El problema es que quienes no tienen dónde o con quién dejar a los niños, corren el riesgo de exponerlos a unos niveles de consumo poco saludables, porque, en este caso, la zona “infantil” estaba justo en medio de las carpas, y además las atracciones cerraron más temprano, dejando a los chavales sin otra cosa para jugar que los barriles de cerveza: http://www.historiasdechina.com/wp-content/uploads/2015/07/niños-festival-cerveza-china-1.jpg
No obstante, tampoco me pareció tan diferente a lo que veía yo de niño en las fiestas de los pueblos y en los festivales populares en general, donde jóvenes y niños quedan más que expuestos a los efectos del pimple. Eso sí, lo de que los padres se emborrachen delante de los hijos sí que a pasado a estar mucho menos tolerado, aunque es muy posible que en China ocurra lo mismo con el tiempo.
Muchas gracias por el comentario y saludos desde Changchun.